La religión fragmentada: una conversación entre Gary R. Bunt y Fouad Gehad Marei sobre la espiritualidad en la era digital

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Gary R. Bunt y Fouad Gehad Marei, académicos especializados en el islam contemporáneo con una investigación particularmente enfocada a la construcción de comunidades musulmanas en el espacio digital, conversan con Avi Astor, sociólogo miembro del Grupo de Investigación Investigaciones en Sociología de la Religión (ISOR).

La espiritualidad es una parte esencial de la vida de las personas. ¿Pero qué pasa cuando esta vida se ha convertido en inseparable del medio digital? Esta ha sido la pregunta que ha vertebrado una conversación entre dos investigadores enfocados en analizar la forma que toma la religión y la identidad espiritual en los espacios en línea, y la influencia que tiene en la vida física de las religiones o en la práctica religiosa.

Fouad Gehad Marei es investigador del Leibniz-Zentrum Moderner Orient (ZMO) de Berlín, especializado en estudios religiosos e islámicos, religión digital y material, el islam chií y el patrimonio. Gehad empezó a estudiar las dinámicas digitales de las comunidades musulmanas por mera serendipia, como él mismo explica, porque, al igual que la COVID-19 imposibilitó a los investigadores hacer trabajo de campo, también obligó a las comunidades a centrar la práctica en el espacio digital, lo que suscitó nuevas preguntas para su investigación. Gary R. Bunt hace décadas que centra su investigación en las prácticas digitales de las comunidades musulmanas, un campo que despertó su interés mientras hacía trabajo de campo en Malasia y Pakistán, donde cada vez más personas hacían consultas religiosas y se implicaban en diálogos en línea. Actualmente, Bunt es investigador principal del proyecto “Digital British Islam” y coinvestigador de “Digital Islam across Europe” (DIGITISLAM).

La conversación fue moderada por Avi Astor, sociólogo del grupo de investigación Investigaciones en Sociología de la Religión (ISOR) e investigador principal del equipo español de DIGITISLAM.

  • La conexión constante define nuestro contexto diario. ¿Qué efecto tiene esto en la práctica religiosa? ¿Cuál es la relación entre lo virtual y lo físico?

Fouad Gehad Marei: Para empezar, yo pienso que la afirmación de que hay un espacio en línea y un espacio fuera de línea es muy difícil de defender actualmente. No hay un mundo real y uno virtual, lo que hay es una conexión muy íntima entre ambos, también en los contextos religiosos. Las discusiones que tienen lugar en línea afectan a la vida física, hasta el punto de que hay casos de acoso digital que ocasionan la desaprobación institucional o incluso la expulsión de templos. También hay espacios físicos donde la interactividad virtual ha llegado para quedarse: para entrar dentro de algunos templos es necesario un QR, como en el caso de la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en México, y en La Meca y en Medina se utilizan para controlar el flujo de gente. Por lo tanto, creo que los dos espacios están profundamente entrelazados, hablamos de la misma cosa, de parcelas de una misma cosa.

Gary R. Bunt: Para mí, esto es más cierto en algunos contextos que en otros. Hoy en día en las mezquitas hay personas que utilizan el iPad para recitar las plegarias o coordinar su ritmo, esto es una realidad innegable. Pero también es cierto que son prácticas generacionales y relacionadas con el nivel de alfabetización digital, así que no creo que podamos hacer grandes generalizaciones, es contextual, y mucho más interesante si lo miramos caso por caso y desde la base, porque puede variar mucho.  Sin embargo, es cierto que, como comenta Fouad, el espacio digital es también extremadamente influyente, también para las personas que están fuera de línea, por los diálogos y las interpretaciones que corren por internet. Están pasando muchas cosas que inevitablemente traspasan a los niveles más básicos.

  • ¿Diríais que existe una espiritualidad digital, o que, como mínimo, se puede tener una experiencia mínimamente cercana a la espiritualidad en los espacios digitales?

G.R.B.: En el pasado habríamos dicho que no, que necesitas estar físicamente en el templo, pero la COVID-19 cambió este paradigma. Algunas autoridades alentaban a los y las fieles a asistir a eventos digitales, algo que me parece divertido teniendo en cuenta que unos años atrás estas mismas autoridades cuestionaban el rol de internet.

F.G.M.: ¿Qué definimos como experiencia espiritual? Es una conexión con otro mundo, y, como experiencia, tiene importancia en tradiciones como el hinduismo, el catolicismo o el islam, que son muy experienciales. Desde esta perspectiva hay innovaciones tecnológicas que es interesante analizar. De hecho, recientemente he centrado mi investigación en la realidad virtual y en el uso que se hace de ella en contextos como el religioso. He percibido que si bien hay un elemento de comunidad que tiene lugar en los espacios de devoción que se pierde con la tecnología inmersiva, hay otras experiencias que ganan peso: ya no te hace falta imaginar a los santos, la escatología, los espíritus o las vidas de los profetas, ahora puedes experimentarlo.

Empecé estudiando la religión material, los objetos, los sonidos, los olores, la transmisión de conceptos abstractos mediante el tacto, la visión, la sensibilidad. Este tipo de inmersión siempre ha existido en la religión, pero lo que es interesante con las tecnologías inmersivas en emergencia es que la persona sentada a tu lado desaparece. Ya no ves a tu madre, a tu primo o a tu vecino cuando apartas la mirada de la cúpula de la iglesia. Hay una especie de aislamiento. Estas herramientas ya se utilizan para hacer visitas en algunos lugares de peregrinación como Karbala, Jerusalén o el río Indo.

G.R.B.: Bueno, quizás la inmersión es buena para el alma. Quizás puedes llegar a obtener lo que sea que definamos como experiencia religiosa. Ciertamente, algunas de las prácticas que son del tipo performativo o ritual pueden ser presentadas en línea. Y parece que, si llevas los auriculares, si estás escuchando activamente y en el lugar adecuado, quizás puede llegarse a dar una experiencia espiritual. Pero está claro que ver estos vídeos en el metro no sería lo mismo.

Después, dejando de lado estas innovaciones concretas como la realidad virtual, es cierto que hay que preguntarse qué entendemos por experiencia espiritual y el rol que tiene la grandísima cantidad de contenido a la que estamos expuestos. Sí, puede ser inmersivo recibir constantemente actualizaciones de oraciones y sermones, y puede ser una forma de vida, si quieres, pero el “ping” (la notificación) constante del móvil… ¿Dónde ponemos el límite? Debemos mirar cómo mediar todo esto, porque tiene un efecto importante en la vida de las personas.

  • Ambos habéis mencionado las actitudes de las autoridades religiosas ante las innovaciones tecnológicas. ¿Podéis profundizar en este aspecto?

F.G.M.: Es una dinámica curiosa. Primero, las grandes instituciones y las autoridades religiosas se resisten. Lo han hecho desde la implementación de la imprenta. Pero, a pesar de llegar tarde a estas herramientas, cuando llegan buscan establecer su autoridad y utilizarlas para mediarla y preservar la producción de conocimiento. Esto ha sido clarísimo con instituciones como el Observatorio Al-Azhar o la Iglesia católica, que ahora son pioneras en el campo de la religión digital.

G.R.B.: Sí. Toda innovación ha sido un reto para las autoridades religiosas. En el ámbito digital, ya desde la llegada de los primeros buscadores, ha habido un desafío desde estas tecnologías. Al principio se pensaba que esto de internet no arraigaría, no tendría impacto. Pero pronto aparecieron plataformas como IslamOnline o Islam Q&A, y empezó a cambiar. Las voces de estas plataformas daban interpretaciones específicas, opiniones de “personas estudiosas”, que ofrecían consejo sobre temas a veces terriblemente personales, incluso cuestiones de vida o muerte.

  • ¿Qué retos suponen estas voces o las de los influencers para las autoridades religiosas tradicionales?

G.R.B.: La llegada de estas y otras plataformas planteó un desafío a las dinámicas tradicionales porque suplía la visita a la mezquita, que a veces podía suponer una amenaza para su seguridad. A esto también hay que sumar la multiplicación de una costumbre que ya existía anteriormente entre los y las fieles que hacían consultas telefónicas, que es la búsqueda de la opinión o interpretación que sea más conveniente para cada uno. Hacían una llamada, la autoridad ofrecía una respuesta que había estado años formándose, y, si no les gustaba, llamaban a la siguiente. Esto, con las búsquedas digitales, se ha dilatado.

En relación con esto último, cabe preguntarse también la fuente de las informaciones y los conocimientos que se obtienen en estas búsquedas. Internet es un mercado caótico lleno de desinformación, que puede resultar extremadamente confuso porque está lleno de supuestas “autoridades”.  Toda la información, simplemente, pasa, no hay selección ni porteros.

F.G.M.: A esto hay que sumar que la masa de personas usuarias es capaz de influir sobre el flujo de información mediante los clics y las visualizaciones. No hay mediación en términos de autoridad que discierne de dónde sacamos el conocimiento, pero sí una ordenación algorítmica que es inconscientemente afectada por las acciones de las personas usuarias. En este marco, lo que a mí me interesa no es si hay un desafío resultado de estas dinámicas, sino cómo cambian las religiones, que es el factor constante en todos los casos que mencionamos. Porque un factor clave en el cambio de las religiones es la manera como se produce y disemina el conocimiento. Hoy, el conocimiento religioso se ha fragmentado, las respuestas se ofrecen descontextualizadas, sin las voces de las personas experimentadas, los juristas, los rabinos, los teóricos. El contenido religioso que se obtiene en línea satisface el mercado moderno de información. Si preguntamos por un santo, queremos respuestas rápidas, no trescientos años de debates sobre si lo que hizo era un milagro o no.

Es cierto que esto puede ser útil, pero también convierte el conocimiento religioso en algo superficial, afecta su calidad y lo aboca al extremismo y el sectarismo.

  • ¿Cuál es la respuesta de las autoridades a estas dinámicas o retos?

G.R.B.: ¿Es que cómo definimos qué son “autoridades tradicionales”? Para mí, autoridad puede ser aquella persona en la esquina de una mezquita que se encuentra totalmente negada por las dinámicas en línea. Las generaciones jóvenes, la alfa o la zeta, no tienen interés en lo que la persona de la esquina tiene que decir. Quizá la encuentren entretenida. Pero muchas otras cosas también son entretenidas.

F.G.M.: Quizás también hay que mencionar que las autoridades religiosas se están adaptando a todo esto. Por ejemplo, está el caso del imán de la Mezquita Memorial de Moscú, que es a la vez un imán tradicional en el púlpito y un coach en las redes sociales, y combina dos tipos diferentes de discurso y conocimiento.

G.R.B.: Sí. Hay organizaciones religiosas que invierten mucho tiempo en sus redes sociales con la esperanza de tener impacto. Sin embargo, muchas veces se encuentran compitiendo con influencers que tienen una huella en línea masiva. Indonesia es un caso interesante donde hay un gran número de influencers con intereses islámicos que hablan de la práctica religiosa en su día a día, con publicaciones lustrosas, con un montón de imágenes e, incluso, venden productos. Tienen muy por la mano las dinámicas que funcionan en las redes, mientras que, por otra parte, tienes plataformas como la del sufismo musulmán naqshbandi, con vídeos interminables de personas conversando sobre distintos temas.

  • Habéis mencionado cuestiones que son intrínsecas de las redes sociales: limitan, fragmentan y determinan el contenido que consumimos y la manera como lo consumimos. ¿Cómo afecta esto a las dinámicas digitales de las religiones y a la percepción de los grupos religiosos por parte del público general?

F.G.M.: Creo que las redes sociales y la cultura de los influencers no deja de ser la continuación de una larguísima tradición de activismo religioso. Ya hace años que existen cosas como el televangelismo. Las redes sociales han multiplicado exponencialmente el alcance y la constancia de estas difusiones: ya no hay que esperar para nada, estamos inundados. Además, cada vez es más difícil responsabilizar al creador de contenido por la información que difunde, y eso es especialmente peligroso y facilita la promoción de actitudes como la misoginia o la LGTBfobia.

En este sentido, y especialmente con el clima actual en Europa, creo que es importante hablar de un tipo de desinformación concreto, el de difundir la historia parcialmente, omitiendo parte de la información. Esta dinámica, tenga lugar desde la censura activa o desde la ordenación algorítmica, da forma a la narrativa y perpetúa el extremismo, la violencia y los discursos de odio, también en el seno de las religiones.

G.R.B.: Un ejemplo es el movimiento Red Pill, vinculado con Andrew Tate, donde, entre otras cosas, se han instrumentalizado interpretaciones del islam para justificar posiciones misóginas. En estos casos, ya no se trata de la ordenación algorítmica, ni del sesgo de confirmación idiosincrático del funcionamiento de las redes. Aquí son las mismas personas las que implementan y difunden opiniones directamente, con respuestas determinantes sobre qué es o deja de ser una religión.

F.G.M.: Sí, y una herramienta para este tipo de actitudes son las aplicaciones de traducción, donde se envían a traducir versos del Corán, de la Torá o de las escrituras hinduistas fuera de su contexto textual y permiten justificar cualquier posición, dejando al margen toda una tradición y extrapolando un conocimiento y unas conclusiones con significación religiosa.

  • ¿Estas dinámicas pueden ser sujetas a regulaciones para limitar la influencia que tienen en la producción de conocimiento religioso? ¿Son controlables? ¿O, tal vez, dependerá solo de un proceso educacional que puede llegar a capacitar a los usuarios para consumir información de manera más informada?

G.R.B.: Pienso que, sin ánimo de hacer generalizaciones, ha habido un cambio en nuestra capacidad de atención. Si no recibes la respuesta en un par de minutos, cambias de web. Y esto también ocurre en contextos religiosos, y la manera como mediamos la información se ve afectada. Esto tiene ventajas, por supuesto, puedes llegar al corazón del asunto rápidamente, pero también pierdes muchos matices.

F.G.M.: Sí, pero a la vez se pueden observar diferencias en estas costumbres de producción y consumo de información. Las tradiciones que son más individualistas, más activistas, más revisionistas, quizás, y menos vinculadas a instituciones religiosas tienen una presencia en línea en la que sí que se aplica mucho esto que hemos estado comentando. Por ejemplo, en los círculos evangélicos, en el salafismo musulmán… En cambio, hay ramas del judaísmo, el islam o el cristianismo que tienden mucho a la institución. Los creadores de contenido de estas tradiciones hacen muchos esfuerzos para comprobar la validez de su contenido con la ayuda de autoridades religiosas relevantes. Pero hacer estas consultas previas es una elección personal, y la posibilidad de hacer control de daños a posteriori se está reduciendo.

G.R.B.: Ha habido algunos intentos de crear espacios de “portería”, algoritmos guardianes (gatekeepers) o, incluso, personas que puedan ayudar a filtrar parte de esta información y guiar a los usuarios y usuarias a través de todos los datos. Esto es lo que intentan hacer algunos influencers, también.

F.G.M.: En mi caso, y aunque entiendo la necesidad de algún nivel de revisión, la figura de los gatekeepers me despierta un cierto miedo en el clima actual, con la política económica de las industrias digitales. Lo hemos visto con algunos gobiernos, como la oficina de Trump, donde ya no es que la big tech sea promovida por el Estado, ahora la big tech es el Estado. Desde mi perspectiva, impulsar formas de revisión en este marco dará como resultado una unión terrible: las grandes compañías del metaverso, las grandes instituciones religiosas de control y los gobiernos, una “maldita trinidad”.

G.R.B.: Claro, no es que avale la táctica del gatekeeper, pero entiendo que es una solución lógica. Al fin y al cabo, también podemos establecer paralelismos con el control de información que tiene lugar en la prensa escrita o en la educación. En las escuelas del Reino Unido, por ejemplo, se enseña un islam basado sobre todo en el wahabismo (una rama del islam suní), dejando al margen todas las otras tradiciones. Todo en el mismo saco.

F.G.M.: Y eso ya está pasando en línea. Solo porque un país o una institución insufla dinero en el espacio digital de cierta manera, el algoritmo se ve influenciado y los usuarios reciben una interpretación única sin ser conscientes de que es una de muchas. La diversidad está siendo erradicada.

  • A propósito de esta cuestión de la diversidad: ¿creéis que en el espacio digital pueden tener lugar diálogos interreligiosos?

F.G.M.: Sin ánimo de ser pesimista, creo que por la manera como funcionan las tecnologías digitales, ahora mismo, este diálogo se hace difícil. El algoritmo enfatiza los sesgos de confirmación y las burbujas informativas. Sin embargo, quizás, si las redes fueran movilizadas intencionalmente en la dirección contraria, si les diéramos la vuelta, podrían ser herramientas muy efectivas para este propósito. Podríamos leer, ver y sentir cosas que no podríamos experimentar de otra manera. Pero esto requiere una intervención intencionada de la tecnología. Un ejemplo clarísimo: hay un laboratorio de realidad virtual aquí en Barcelona que te permite experimentar la vida a través de los ojos de una trabajadora sexual, una persona racializada siendo interpelada por la policía… Esto también podría servir para experimentar la fe y la cultura de otras personas desde la empatía.

G.R.B.: En esta línea, pueden darse situaciones de empatía. Uno puede formar parte de una comunidad, conectar con el otro. Pero para mí el diálogo interreligioso se encuentra obstaculizado por la forma como conseguimos y construimos la información. En muchos casos, buscar información en Google implica quedarse en los primeros resultados, que difícilmente serán informativos o positivos.

Gary R. Bunt y Fouad Gehad Marei abrieron las jornadas “Religiones digitales: transformaciones tecnológicas y espirituales”, que tuvieron lugar los días 13 y 14 de febrero en el Centro Cívico Pati Llimona, organizadas por la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) y comisariadas por Avi Astor y DIGITISLAM. Puedes consultar la crónica del acto aquí y las fotografías de las diferentes conferencias y mesas redondas aquí.