«Todos mis amigos y amigas de clase tienen un móvil. ¡Y yo también quiero uno!». Ésta debe ser, probablemente, una de las frases más temidas de escuchar por las familias con hijos e hijas preadolescentes. A partir de esta «simple» petición se abren grandes interrogantes sobre los que los padres y madres deben reflexionar: ¿cuándo es el momento ideal para el primer smartphone? ¿Qué pautas de uso es necesario establecer? ¿Hasta qué punto puede ser perjudicial o beneficioso para nuestro hijo o hija?
Según el estudio de Unicef «El impacto de la tecnología en la adolescencia», en España, la edad media en la que un menor recibe su primer móvil se sitúa en los 11 años. El mismo informe señala que un 69% de los y las menores disponen de un teléfono móvil propio.
Abuso de pantallas: límites y consecuencias negativas
Sin embargo, la realidad es que la educación digital y la relación de nuestros hijos e hijas con las pantallas empieza mucho antes de este momento. Probablemente, desde que nacen y tienen por delante su primer dispositivo: el nuestro. Trabajamos con pantallas, nos relacionamos con pantallas, nos divertimos con pantallas, gestionamos nuestra economía con pantallas... En una sociedad hiperconectada como la actual es prácticamente imposible aislar a los niños de los móviles, ordenadores o tabletas que los rodean, pero es fundamental que, como progenitores, actuamos como modelos de referencia.
«No se trata de condenar las pantallas, ni de todos los contenidos en casa. Lo importante es ser consciente de la cantidad de cosas que los hijos e hijas dejan de hacer mientras están abducidos por ellas», apuntaba la maestra y pedagoga Anna Ramis en el taller «Convivir con pantallas» realizado en el Canódromo hace unos días.
Muchos especialistas apuntan en esta dirección: no podemos demonizar la tecnología pero sí ser conscientes de sus efectos negativos. En este sentido, Ramis es también una de las impulsoras del «Manifest infància i pantalles 0-6», un documento que cuenta con las adhesiones de más de 50 instituciones de ámbitos tan diversos como la salud, la pedagogía, la psicología y la educación, entre colegios oficiales de médicos, pedagogos y psicólogos; facultades de ciencias de la educación y psicología; entidades del mundo social, la salud mental y la infancia; y federaciones de asociaciones de familias.
El manifiesto apunta tres tipos de consecuencias negativas por un mal uso y abuso de las pantallas en la vida de los niños:
- Efectos en el desarrollo cerebral: menor grado de aprendizaje, efectos negativos en la expresión del lenguaje y menor capacidad lectora, entre otros.
- Efectos en el desarrollo físico: estilo de vida sedentario y una alimentación menos saludable, lo que se relaciona con sobrepeso y obesidad, mayor riesgo cardiovascular y problemas músculo-esqueléticos.
- Efectos en la salud emocional: dificultades en la regulación emocional, aumento de la respuesta de estrés, problemas de conducta, aumento del riesgo de TDAH y aumento del aislamiento social.
En esta línea, un nuevo estudio publicado en la revista «Jama Pediatrics»
apunta que utilizar los teléfonos móviles para calmar a los pequeños puede tener un efecto rebote cuando se trata de una estrategia habitual: las familias tienen menos posibilidades de aprender otras formas de gestionar rabietas y conflictos y los niños tienden a mantenerlas. Por eso, es recomendable no distraer a los niños de sus emociones ni de la realidad que les rodea.
¿Una cuestión de tiempo?
El factor del tiempo es una de las cuestiones más habituales entre las familias que quieren poner límites en el uso de las pantallas: ¿a partir de cuántas horas entendemos que los móviles pueden ser perjudiciales?
El estudio anual de Qustodio «Del cambio a la adaptación: viviendo y aprendiendo en un mundo digital» señala que los menores pasan una media de 4 horas diarias conectadas a una pantalla fuera de las aulas, un total de 1.460 horas al año. Varias organizaciones hacen recomendaciones del máximo de horas diarias según la edad de los niños mientras otras voces, como la del pediatra e investigador Dimitri Christakis, apuntan que «no es tan importante preguntarse por las horas de pantallas como hacerlo sobre la cantidad de horas sin y sobre la calidad de lo que hacen nuestros hijos e hijas cuando no hay pantallas».
Por su parte, Ramis compartía en su taller que las pantallas deberían utilizarse «un tercio de nuestro tiempo libre como máximo» y evitando los «empachos digitales». También destaca la importancia de crear espacios libres de pantallas como las horas de estudio o las comidas y desactivar el wifi de casa de vez en cuando.
Las claves para triunfar en la gestión de las pantallas en familia
Gestionar los tiempos y espacios de pantallas resulta imprescindible para evitar conflictos familiares que suponen las pantallas. ¿Pero qué otros condicionantes debemos tener en cuenta?
- Cuidar el ocio de niños y familiares; ofreciendo actividades extraescolares y estimulando aficiones no digitales y vinculadas con la naturaleza.
- Fomentar una buena comunicación escuchando y observando los hábitos de los y las menores y generando espacios de conversación sobre el uso de pantallas.
- Generar relaciones de confianza con nuestros hijos e hijas, sin engañarles y sin utilizar las pantallas como premio o castigo ante determinados comportamientos.
- Situar los aparatos digitales en espacios comunes de la casa y no permitir a niños menores de 12 años que se puedan conectar solos, sin acompañamiento de los padres y madres.
- Evitar los roles pasivos en el uso de la tecnología: ¡no queremos fomentar consumidores sino creadores!